Son las 02:00 y todavía no me lo creo. Acabo de ganar un concurso de monólogos de humor. Ha sido en mi pueblo. Mi primera actuación y pasé a la final. Mi segunda actuación apenas dos semanas después y ¡toma! ¡Primer Premio! 15 minutos había que hacer. Me han dado un cheque y un obsequio. Ha venido a verme mi familia, mi amigos de toda la vida, mis compañeros de trabajo, mi novia. En fin, que he estado arropado.
Ha sido espectacular la sensación de ver cómo se reían y cómo soltaba el texto sin nervios aparentes, a pesar de empezar el show con un chicle en la boca y tener que metérmelo en el bolsillo, previa señal de un colega. Ahora aquí ando en el salón cortando con tijeras la tela del pantalón, porque no puedo arrancarlo.
Entre el jurado había un guionista de El Club de la Comedia, muy serio, y que no me ha votado, según me ha dicho luego. Pero no pasa nada. Creo que he sido justo ganador, y eso que no votaba el público. Porque ahí habría arrasado, con toda la peña que había de mi parte.
En otros concursos solo vota el público y en otros vota el público y también el jurado. Si solo vota el público se puede dar la paradoja de que el peor cómico gane por ser el que mayor poder de convocatoria haya tenido. Lo del poder de convocatoria no te vale a lo mejor para ganar concursos, pero te valdrá en el futuro para llenar salas que te exigen gente o nada. O sea, calidad la que tú veas con tal de que esto se me ponga hasta arriba.
Yo por mi parte a seguir trabajando a ver si algún día me puedo dedicar de pleno a esto de la comedia, que es algo que una vez que lo pruebas, no lo puedes soltar. Vaya chapa que he soltado. Érase una vez un cómico…